Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
14.05.2020.-Desde su sepulcro, Guaidó ha hecho cuentas: sabe que es un cadáver político, necesita martirizarse para recuperar protagonismo y seguir cobrando su cheque en Washington.
El diputado venezolano Juan Guaidó ha enviado una señal fuerte y clara al dirigirse al presidente Nicolás Maduro ha dicho que este busca excusas para "perseguirlo y detenerlo". El mensaje parece muy lúcido, pero hay que leerlo de otra manera, da la impresión que lo que en realidad quiso decir es: "presidente Maduro, necesito que me lleve a prisión".
Los cálculos son sencillos: va prisión, Estados Unidos pone en funcionamiento su maquinaria pro derechos humanos y los países con Gobiernos de ultra derecha y social demócratas de Europa y América Latina se pliegan sumisos a la campaña; ante la presión, el Gobierno venezolano cede y en pocas semanas sale exitoso 'al exilio'.
Piensa Guaidó que bien vale la pena unas pocas semanas de cárcel, si piensa en el futuro luminoso que va a tener en Miami disfrutando su riqueza.
Si bien es cierto que el prontuario criminal de Guaidó podría meterlo en prisión por un período muy extenso, habida cuenta de los delitos cometidos a plena luz del día y en total flagrancia, pareciera que el Gobierno se ha atenido a aquella máxima de Napoleón Bonaparte que enuncia que: "nunca interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error".
Esto no es comprendido por un sector del chavismo que clama justicia para un ciudadano que ha firmado un contrato para que se realicen actos terroristas en el país, incluyendo el asesinato de personas, la destrucción de la infraestructura y la muerte de inocentes que no podrían escapar a la furia de mercenarios ávidos del dinero que profusamente aporta el narcotráfico y los Gobiernos de Colombia y Estados Unidos.
El Gobierno venezolano considera que detenerlo sería una torpeza. Nadie mejor que Guaidó ha hecho un trabajo que hace algunos meses parecía muy difícil: su contribución al desprestigio, al descrédito y a la división de la oposición, han sido un aporte indudable al sostenimiento y fortalecimiento del Gobierno de Nicolás Maduro.
A esto, habría que agregarle también el estigma que Guaidó le aporta a la Administración estadounidense. La suposición de Trump de que todo esto es necesario y tiene valor por la cantidad de recursos financieros que los venezolanos de la Florida le aportarán a su campaña.
A esto se suman los votos de la extrema derecha terrorista que le ha prometido Marcos Rubio, a cambio de dejarlo dirigir la política de Estados Unidos hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua y China. Todo esto no parece compensar el daño que Guaidó le ha hecho al Gobierno de Estados Unidos.
Ha sido un sector de los venezolanos de la derecha terrorista de Miami que molestos por haber sido apartados de la repartición del dinero robado a Venezuela por Washington los que han puesto en escena la dimensión de la estupidez y la voracidad del auto proclamado. Ya no digamos en las calles, porque aparte la cuarentena hace meses que en Venezuela no se moviliza nadie tras los llamados del diputado por la Guaira.
El problema de Trump, Pompeo y Rubio ya no es si se deshacen o no de Guaidó, sino cómo hacerlo.
Una vez fracasada la intentona, Pompeo y Trump se aseguraron de desmentir cualquier relación con el hecho y lo hicieron huyendo hacia adelante, buscando aleccionar y sembrar miedo en el país. Pompeo dijo que si ellos hubieran participado, el resultado hubiera sido diferente. Y su jefe reafirmó que "si alguna vez hiciéramos algo con Venezuela, no sería así. Sería un poco diferente. Se llamaría una invasión", y agregó que él "no mandaría un pequeño grupo. No, no no, sería un Ejército".
Imagino que todos leyeron el contrato, no vienen solo por el Gobierno, vienen por todos. En la experiencia reciente eso significa 150.000 muertos en Afganistán desde 2001, 1.100.000 en Irak desde 2003, 500.000 en Siria desde 2011, y 10.000 de Yemen desde 2015. No creo que en esos países las personas que estaban en el Gobierno eran tantos.
El problema de Estados Unidos es que sus bravuconadas no tienen cabida en los países de América Latina. La historia es muy sabia y lo demuestra. De Nicaragua huyeron despavoridos cuando Sandino los derrotó y los expulsó hace casi cien años. En Cuba, no duraron ni 72 horas en playa Girón, cuando una vez más el imperialismo fue estrepitosamente derrotado, el propio Fidel desde un cañón soviético autopropulsado SAU-100 hundió al Houston, un barco estadounidense al servicio de la invasión. Los mercenarios capturados fueron cambiados por alimentos para niños.
Ahora en Venezuela esta primera incursión mercenaria fue aplastada por la acción conjunta de militares y civiles que tienen un sentido de patria que ningún yanqui puede comprender en sus análisis de laboratorio.
Por eso, uno de los rambos de Silvercorp pidió que le levantaran la cabeza de la arena caliente de Chuao. En ese momento se dio cuenta que no estaba en los protegidos campamentos de Colombia. Hollywood también estaba muy lejos. Miró en todas las direcciones posibles, pero Guaidó no apreció por ninguna de ellas.
Cayó en cuenta que esta era la vida real. Un miliciano, mirándolo con desprecio le dijo que indefectiblemente estaban condenados a perder, incluso si llegaran a ocupar transitoriamente el país.
(foto leyenda)
De acuerdo a distintos observadores, se trata de la mayor ola de turbulencia racial en Estados Unidos, desde el asesinato de Martin Luther King en 1968. Una crónica de la BBC de Londres afirma que las imágenes pertenecían a una nación fracturada, en llamas y sin un líder capaz de aunar fuerzas.