Uno de los momentos más impresionantes de la ceremonia de investidura presidencial del 20 de
enero fue el poema recitado por Amanda Gorman, la poeta más joven que haya participado en una
ceremonia de asunción presidencial en la historia de Estados Unidos. La joven de 22 años leyó “The
Hill We Climb” (La colina que escalamos), poema que terminó de escribir justo después de los
disturbios en el edificio del Congreso a principios de este mes.
Señor presidente, Dra. Biden, señora vicepresidenta, señor Emhoff, estadounidenses y el mundo.
Al llegar el día nos preguntamos:
“¿Dónde hallar luz
en esta oscuridad sin fin?”.
La pérdida que llevamos,
un océano por embestir.
Ya desafiamos el vientre de la bestia.
Aprendimos que la calma no está
siempre al borde de la paz,
y que las normas y nociones
de lo que es justicia
no son siempre justas.
Pero aun antes de enterarnos,
ya era nuestro el amanecer,
y de alguna forma lo logramos.
De alguna forma resistimos, presenciamos,
una nación que no está rota,
sino simplemente inacabada.
Nosotros, sucesores
de un país y de una era
en que una flaca joven negra,
descendiente de esclavos
y a quien criara una madre soltera,
puede soñar con ser presidenta,
solo para encontrarse
recitando para uno.
Y sí, estamos lejos de ser
pulidos e impolutos,
pero eso no significa
que nuestros esfuerzos busquen
formar una unión perfecta.
Mas sí luchamos para forjar
un país con determinación,
crear un país comprometido
con todas las culturas,
colores, características
y condiciones del ser humano.
Y así levantamos la mirada,
no para ver lo que nos separa,
sino lo que está frente a nosotros.
Cerramos esa brecha
porque sabemos
que si el futuro ha de ser prioridad,
debemos dejar nuestras diferencias
a un lado en primer lugar.
Bajamos las armas
para extender los brazos al otro.
No buscamos daño para nadie,
sí la armonía para todos.
Que el mundo al menos
diga que esto es cierto:
que aún mientras lloramos, crecimos.
Que aún en el dolor, hubo esperanza.
Que aún en la fatiga, nos esforzamos.
Que estaremos para siempre
unidos y victoriosos,
no porque nunca más
conoceremos la derrota,
sino porque nunca más
sembraremos división.
La Escritura nos pide vislumbrar
que “cada uno se sentará
bajo su propia vid, bajo su propia higuera,
sin que nadie más le cause temor”.
Si queremos estar a la altura
de nuestro propio tiempo,
entonces la victoria
no provendrá de la espada
sino de los puentes que construimos.
Ese es el claro prometido,
la colina que escalamos si nos atrevemos,
porque ser estadounidense
es más que un orgullo que heredamos.
Es el pasado en el que irrumpimos
y cómo lo reparamos.
Hemos visto una fuerza
que destrozaría nuestra nación
en lugar de compartirla;
que destruiría nuestro país
si ello retrasara la democracia.
Este esfuerzo estuvo
a punto de ser exitoso.
Mas aunque puedan periódicamente
retrasar la democracia,
nunca podrán derrotarla
de manera permanente.
En esta verdad y fe confiamos,
porque mientras nuestros ojos
están puestos en el futuro,
la historia tiene los suyos
apuntando hacia nosotros.
Esta es la era de la redención
que temimos en sus inicios.
No creímos estar listos
para ser los herederos
de tan aterrorizante hora,
pero en ella encontramos el poder
de escribir un capítulo nuevo,
de ofrecernos esperanza y regocijo.
Y mientras una vez nos preguntamos
cómo podríamos siquiera
prevalecer sobre la catástrofe,
la pregunta ahora debe ser:
“¿Cómo podría la catástrofe
prevalecer siquiera sobre nosotros?
No marcharemos hacia lo que fue,
sino en dirección a lo que ha de ser:
un país magullado pero entero,
benevolente pero audaz,
férreo y en libertad.
No vamos a retroceder
ni nos dejaremos intimidar
porque sabemos
que nuestra inacción y nuestra inercia
serán la herencia
de las próximas generaciones.
Nuestros errores serán sus cargas.
Pero una cosa es segura:
si combinamos misericordia con poder,
y el poder con lo correcto,
entonces el amor será nuestro legado
y el cambio,
el derecho innato de nuestros hijos.
Así que entreguemos al futuro un país
mejor que el que nos dejaron.
Con cada aliento de mi pecho,
martillado por el bronce,
levantaremos el mundo herido
hasta convertirlo en uno sublime.
Nos levantaremos
desde las colinas doradas del oeste.
Desde el noreste jaspeado por el viento,
donde nuestros antepasados lograron
por primera vez la revolución.
Nos levantaremos
desde las ciudades bordeadas de lagos
de los estados del medio oeste.
Desde el sur bañado por el sol.
Nos reconstruiremos,
reconciliaremos y recuperaremos.
En cada rincón conocido de nuestra nación,
en cada esquina de lo que llamamos país,
nuestro pueblo, diverso y bello,
emergerá ya magullado, ya hermoso.
Al llegar el día,
emergemos de la sombra
llameantes y valerosos.
El nuevo amanecer florece
a medida que lo liberamos,
pues la luz siempre existirá
si tan solo nos arriesgamos a verla.
Si tan solo nos arriesgamos a serla.
AMY GOODMAN: Amanda Gorman de veintidós años, la poeta más joven en participar en una
investidura presidencial en la historia de Estados Unidos.
Esto es Democracy Now! Vamos a concluir nuestra conversación con el Dr. Cornel West, profesor de
Práctica de la Filosofía Pública en la Universidad de Harvard, y la galardonada periodista María
Hinojosa. Profesor West, nos quedan un par de minutos. Usted estaba en Charlottesville, Virginia,
cuando el Ku Klux Klan se manifestó, cuando se realizó la marcha de los supremacistas blancos.
Amanda estaba escribiendo su poema durante los disturbios en el Capitolio, cuando los
supremacistas blancos atacaron el edificio del Congreso. ¿Qué nos puede decir para finalizar?
CORNEL WEST: Solo recordarle al hermano Biden que fue él quien dijo en el Senado, el 18 de
noviembre de 1993: “Estos jóvenes negros en las calles son depredadores sin límites y hay que
removerlos de la sociedad”. Si va a hablar sobre la empatía, debería extenderla a los hermanos y
hermanas de la brillante y visionaria poeta Amanda en esas mismas calles. Son seres humanos,
incluso si están encarcelados. Extienda su simpatía a los inmigrantes que tratan de abrirse camino,
muchos llegando a un país que en algún momento fue suyo, como nuestros hermanos mexicanos.
Extienda su simpatía a los pobres sin importar su color, a la clase obrera, sí, no importa su color, el
pueblo judío odiado en Francia, los palestinos odiados en Cisjordania. ¿Donde está su empatía y
compasión concreta y el reconocer nuestra humanidad común?